En los pueblos, en Cáritas
Si me encuentro contigo no es para que te sientas necesitado, sino necesario, importante para mí y para la comunidad, para que crezcamos juntos.
Si me encuentro contigo no es para que te sientas necesitado, sino necesario, importante para mí y para la comunidad, para que crezcamos juntos… puedes aportar, puedes ayudar, eres parte de esta familia, de este pueblo (no eres un inútil… eres hijo y hermano). Hombros sobre los hombros de otros hombres. León Felipe.
Un hecho de vida
Eran unos días antes de navidad. Habíamos hecho la campaña de recogida de alimentos y yo cogí una bolsa con macarrones y unas latillas. Arranqué mi coche, y después de unos kilómetros llegué a ese pueblo pequeñito que está cerca del tuyo. Me acerqué a su casa, golpeé el llamador y, después de un momento, me abrió. Allí estaba Jesús, con su jersey desgastado. Yo no supe más que saludarle, tenderle la mano y ofrecerle la bolsa. Él se quedó mirándome con una sonrisa y después me dijo: “¿tienes un momento? O ¿tienes mucha prisa?”.
Con la mano me indicó que entrara. Pasamos a la cocina, me sentó a su mesa.
– Mira, realmente no necesito ropas ni unos macarrones, me he acostumbrado a vivir con muy poco y no me importa, pero sí agradezco tu compañía.
Me di cuenta que yo iba a dar, pero cosas, unos alimentos, unas latillas y después de escucharle descubrí, me contó que lo que necesitaba era un rato de conversación, que necesitaba no sentirse solo.
Cuando esa tarde volvía para casa, descubrí que era él el que me había dado más de lo que yo llevaba, me había dado una lección. Que esto de Cáritas no es dar, dar cosas… es darse. Salir de lo que yo pienso, de mis programaciones y acercar mis manos a la vida concreta, saber escuchar, gastar el tiempo, “perder” el tiempo y poder sentarse a la mesa o ese banco a la solana sin prisas, y escuchar, y sentir que forman parte de tu vida, sentir que somos compañeros de camino, sentir que es mi vecino, que es un trozo de esa cosa nuestra que llamamos pueblo, de esa familia o comunidad pequeñita y olvidada de los focos y las luces.
Se me olvidaba que antes de salir de su casa, me dio otra lección, después de compartir un trozo de queso que puso sobre la mesa y un vaso de vino. Después, me dijo: “ahora si quieres coge la bolsa que traías y se la llevamos a Luciano, que seguro lo necesita más que yo”.
Quizás…
El camino no es ir a ellos, no… es abrir la puerta de tu vida y dejar que entren y sentir que ya forman parte de tu vida. Y que puedes tenderles la mano, puedes darles un abrazo y sonreírles.
Hay muchas veces, más de las que quisiéramos, que el problema es difícil de solucionar, o imposible. Y entonces me voy a sentir débil o impotente una vez más y podré marcharme y dejarle solo… o podré tender la mano, ofrecer un poco de mi hombro y decir “aquí estoy”, podemos caminar juntos y si hace falta juntos lloraremos. Aquí me tienes, dice una canción de “El Arrebato”: lloraré cuando tú llores y sonreiré cuando sonrías… buscando primaveras.
Eso en el pueblo, lo sabe hacer el vecino, ese que se preocupa si ve que una mañana no has levantado la persiana, ese que llama a la puerta cuando no ve salir humo por la chimenea y se acerca a ver si hay algo que se pueda hacer.
Es acompañar la vida del pueblo (no solo cuidar la liturgia o entonar los cantos). Es acompañar, vivir juntos la alegría del nieto que ha nacido, del que nos ha llegado su foto en esa carta que el cartero traía por la mañana. Es vivir juntos la sementera, el esfuerzo de sacar una familia adelante, los sudores y los sueños, los ratos de dolor y de fiesta, y también las despedidas y las rutinas de cada día.
Saber que el futuro de un pueblo, de una comarca, solo se hace juntos sostenidos en medio de nuestras debilidades y muchas veces acompañando soledades, y otras veces animándonos a juntarnos para que el frío diente del sentirse solo no nos haga daño.
Un lugar
Un ejemplo… una caseta. A la que sacamos la máquina de beldar y los trillos y allí pusimos una estufa que torpemente hizo Sergio soldando cuatro hierros. Y logramos meter una mesa grande y unos bancos. Y al calor de esa estufa nos reunimos casi como un ritual los sábados para compartir un poco de cena y conversación, jóvenes de distintos pueblos de esa comarca. Y entorno al calor y al plato crece la amistad y la conversación y dialogamos, voceamos… y el invierno así, ¡se hace distinto! Es un ejemplo, como cuando Luis enciende la glorieta del teleclub para que nos podamos juntar quien desee y echar una parlada o un tute, o hasta comer una liebre con patatas.
Es sentirnos juntos, es hacernos compañía que tiene algo de escucha, de apoyarnos unos en otros. Es acompañarnos en esos momentos y en otros como en la enfermedad, o hasta en la hora de decir adiós que tiene otro sabor cuando se hace en compañía.
Quizás Cáritas es comunidad, es hacer camino juntos, es sentir que Jesús hace camino junto a nosotros… es la mesa del compartir, esa mesa en la que doy si tengo, y si no, estoy y me doy.
En un pueblo cualquiera
Está en uno de esos muchos rincones de nuestra geografía. Una carretera estrecha, que acaba allí. Rodeado de montes. Tiene muy pocos habitantes, pocos más de los que conforman tres familias.
El otro día, al salir de celebrar la eucaristía, alguien se dio cuenta de que las puertas de la iglesia y del cementerio necesitaban un cuidado. ¡Y habrá que hacerlo!
Días más tarde, aprovechando la temperatura agradable de la mañana, me acerqué a lijar poco a poco esas puertas. Le pedí un alargador a Luis y me puse a lijar. Estaba yo a lo mío cuando, al ver la sombra, noté que alguien se acercaba: era Doro. Saludó y con la lima se puso a limpiar esos rincones a los que yo no llegaba. No tardó mucho en llegar José Luis a preguntar en qué podía ayudar él… y cogió la brocha con una advertencia: “yo voy a mi ritmo, y no me metáis prisa”. Un rato después se sumaron Jaime, y Efrén. Cada uno a su tarea. Y era bonito, pues unos animaban a otros en su labor. “¡Bien nos está quedando!“
En medio de la lija y la brocha, yo sonreía y pensaba cómo cuando las manos y el tiempo se ponen a disposición del bien común, hay algo bonito que crece. En el silencio de un pueblo casi olvidado, o en cualquier otro sitio en el que se esté dispuesto a mirar un poco más allá del “me apetece o me interesa”. Cuando levantamos la mirada para pensar en los demás o en aquel que nos necesita, vamos recorriendo un camino que tiene sabor a fraternidad. Y poco a poco vamos venciendo una vida egoísta e interesada. Vamos haciendo camino común, camino de futuro. No hace falta que nos aplaudan, pero sí es necesario que cada uno de nosotros sepamos verlo y valorarlo.
Ese rinconcito de pueblo en ese momento estaba haciendo crecer la alegría de poner nuestras cualidades al servicio de algo que nos une. Y quizás son pequeños gestos así los que van haciendo avanzar poco a poco un mundo un poco mejor. Y esto lo podemos realizar en cualquier lugar, cada uno con su receta o forma de cocinarlo. Así los pueblos tienen otro sabor…y el mundo también.
Y nadie llamó, sino que cada uno supo ver que allí venía bien una mano para ayudar.